Diálogos con la verdad
Un segmento de la historia bastó
para lograr rememorar la herencia del pasado que, con proyección al futuro, me
diera una vaga idea de entrevistarme con la verdad.
En
un principio lo pensé y lo sentí fácil y con bastante dosis de optimismo, pero,
en ese segmento que bien pudo haber durado diez segundos, también pudieran ser
diez años o más… décadas que se convierten en un siglo… aunque la vida de uno
no dura tanto, por eso ese segmento, ese lapso de la existencia en la historia
no tiene una duración concreta ni determinada… al menos objetivamente.
Y
la verdad me dijo que primero que nada me preparara a escuchar lo que no
quisiera, que aunque doliera enterarse de la que pudiera ser cruel, iba a ser
como el trago amargo necesario para curar a través del mal sabor de boca… Y la
sensibilidad entonces protestó ante la verdad por su cinismo, por atropellarla
y por no respetar a quién necesita antes que nada, ser tomado en cuenta como
una criatura con nervios y sentidos abiertos a cualquier accidente que se le
presente en cualquier moda.
No
así la razón que guardaba un tenso silencio para finalmente pronunciar esta
sentencia: “¡Me opongo rotundamente!”
Yo
razón estoy en plena facultad de escuchar a la verdad con toda su crudeza y si
desatina o se dispara estaré en condiciones de saberla encausar, y más que eso,
de no permitirle que se extrapole más allá del juicio que, siendo mi fortaleza,
estaré en toda la disposición de lucir ante los despliegues que pudiera
permitirse esa que llaman “verdad”.
Por
ahí se deja sentir un suspiro y escuchamos a una voz que aunque tímida
pronunció con claridad que la sensibilidad y la razón nunca se han puesto de
acuerdo y que no se debía de creer a ninguna de ellas, - por lo que calló y
quiso quedar en el anonimato - para tener la ventaja de pasar por incógnito y
eso era lo que alcanzamos a percibir que estaba ahí ante la verdad, la
sensibilidad y la razón: el anonimato… Y éste significa que quién no quiere dar
la cara no es usted, ni tú, ni yo, ni ellos, ni nosotros, ni vosotros o
ustedes, sino que tendremos que echarle la culpa a él o a ella… y si fuera a
los dos sería a ellos dos… ¡Oh! ¡Así de escondido y cobarde es el anonimato!
Saltó
el coraje y expresó que él daría todo por encontrar al culpable, sea quien sea.
El coraje sacó su mejor faceta y aplomo para con valentía lanzarse a la
búsqueda de los cobardes que se cubren en el anonimato y no quieren dar la
cara, para ello el coraje se disfrazó de miedo… para encontrarse por afinidad
con el anonimato.
¡Válgame!
Me dije en medio de estos diálogos con la verdad ¿Será que el miedo nos
subyuga? ¿Por qué el imperio de la falsedad? ¿A qué grado hemos llegado?
Y
llegó con el miedo la depresión que con frases lacónicas dijo: …todos…nos
vamos… a morir… Acto seguido llegó con “la depre” - la locura, con la mirada
perdida y atizada- para agregar que la muerte no existe más que en la mente de
los locos. Y dramatizando el asunto
exclamó riéndose con locuacidad y disfrutando a su modo la ocasión. – Todos
estamos locos… ¡Ja, ja, ja, ja! Sus risotadas se expandieron en el vacío… al
cual despertó después de las carcajadas de la locura. El vacío sopló… y no se
halló nada que soplar, afirmando que nuestra vida está vacía, no hay nada en
sí… ¡Nada! Y si la vida no es nada es porque la nada impera en este mundo lleno
de nada y decepción.
Hubo
un silencio necesario para atraer a quién dijera, que nada es lo que valemos y
nada es lo que sólo hay en esta vida.
Como
transcurrió el tiempo ese fue el que reclamó su actuación y como queriendo
darle de bofetadas al vacío exclamó: ¡Puras patrañas! ¡Yo existo! ¡El tiempo!
Sin mí nada es nada, y por ello, aunque no me perciban en forma alguna habré de
existir como existe la excelsa eternidad… ¡Ese soy! ¡El tiempo! ¡Nunca moriré!
Alguien
se sintió llamado en ese tiempo y fue el espacio. Del espacio surgió la materia
y con ella la energía y fueron saliendo muchos elementos más… Lo curioso de
estos extraños diálogos con la verdad, es que ella… la verdad guardaba un
sepulcral silencio… y el silencio imperó en todo este universo que vive en una
creatura llamada ser humano.
Alguien
debería aparecer o provocar que la verdad hablara y desbloqueara a todas las
cosas existentes para darse a conocer… En ese trance de la espera el tiempo se
ufanó de ser el emperador de todo… sin embargo le tenía un oculto miedo a la
verdad.
La
locura, el vacío, la muerte y la falsedad confesaron su miedo de escuchar a la
verdad. La sensibilidad dio un suspiro de satisfacción al saber y sentir sobre
todo, que esas abominables realidades le tuvieran miedo a la verdad. La razón
sacó su carácter y se alió con el coraje para exclamar que insistía en su
búsqueda por desenmascarar al anonimato, puesto que debían encontrar al
culpable que desprestigia a los demás y ocultar la verdad. Envalentonada, la
razón y con el coraje gritó: ¡Verdad te imploro que hables! ¡Para que ahuyentes
a todos los males del mundo!
La
verdad por fin reaccionó y dijo: Con tres condiciones hablaré.
-
La primera es, que necesito a la belleza para
exponer mis argumentos.
-
La segunda es, que debe estar presente la
fealdad pues también ella hace falta.
-
Y la tercera es, que estén en disposición de
invitar a la paciencia, pues sin estas tres no habrá nada de verdad.
Ya presentes,
la belleza se gloría por considerarse la mejor cualidad que hay… ¡Sin mí no son
nada! Y en eso la fealdad expone su causa: ¡Querida belleza! ¿No sabes lo que
te espera? ¡Pasarán los años y serás como yo! ¡Ja, ja, ja…! Sus macabras risas
despertaron a la locura quién le secundó en su exclamación de satisfacción por
lo que afirmaba con toda seguridad.
La belleza
quería llorar… pero su fuerza y coraje la levantaron con la espera de la
paciencia…
La paciencia
llegó y dio la apariencia de bella con la belleza… y de fea con la fealdad.
Sabía que era esperada de muy buen ánimo por la belleza, con la seguridad y la
confianza de obtener lo que se desea, si se es paciente en el bien que se
espera…
La verdad
aplaudió y exclamó: ¡No necesito más discursos! ¡Con estas tres, la belleza, la
fealdad y la paciencia he dicho todo! Y alegre se regocijó porque se cumplieron
las condiciones necesarias para expresar lo que todo mundo deseaba… que era
escuchar a la verdad.
Así fue la
entrevista con la verdad, de la que tanto se presume saber y poseer pero pocos
queremos muchas veces aceptar. Y la verdad me defendió con paciencia para
decirme que:
<<El sol
ilumina al rostro elegante y al repugnante, así como al malvado y al
justo>>.
Y continuó:
<<Si eres paciente lograrás aceptar que no importa lo que seas, sino que
la verdad, tu verdad se guarde en silencio para siempre, porque así he vencido
a mis enemigas más poderosas, que son la vanidad y la arrogancia>>. Yo
concluí que al no importar como yo sea, es porque siempre puedo cambiar para
bien, y que todos los elementos virtuosos y no virtuosos influyen en mí ser.
Hubo un “corte”
en el tiempo a modo de “congelarlo” y fue el momento oportuno para que la
verdad actuara. El frío no puede ser eterno sino que el fuego siempre lo
acompaña, para movilizar lo estático y derretir las falacias que habían permanecido
por tantos años.
Llegó el
fuego de la verdad como una llama que quemó todas las vanidades y mentiras de
este mundo… Y dio el espectáculo más temido por los confiados en el poder de la
mentira, que es el de consumir todos los engaños, todas las calumnias, todas las
atracciones de los discursos embaucadores, así como a todas las arrogancias
surgidas de la confabulación y la egolatría.
Para así dar
a conocer que al final de todo quedará la paz de la paciencia para quienes
buscan con coraje que resplandezca la verdad en todo el orbe. La materia y el
espacio perecerán, pero todos los demás elementos dignos de convivir con la
verdad resurgirán como el sol.
Y la flama de la verdad nunca se podrá apagar,
ni mucho menos ocultar la luminosidad de su permanencia.
Por
Raúl Bazet
Verano
2021
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